(Foto: www.yamp.com.uy)
El día que Alfredo Zitarrosa habría cumplido
80 años, Uruguay amaneció lluvioso, como si el cielo oriental
estuviera especialmente sensible por el recuerdo de un cantor
popular comprometido con los dolores de su gente y de su tiempo. La
lluvia apenas pudo postergar un día el gran festival armado en
homenaje a don Alfredo, que con dirección musical de Fernando
Cabrera se llevó adelante en el mítico Estadio Centenario, el del
primer Mundial de fútbol, en 1930, y el que recibió a los Rolling
Stones por primera vez en la historia uruguaya apenas unas semanas
atrás. Fue en ese estadio, también, donde Zitarrosa se reencontró
musicalmente con sus compatriotas, en 1984, tras una larga década de
exilio. No casualmente, cuando en esta noche de verano montevideana
se apagaron las luces para dar comienzo formal al homenaje, volvieron
a flotar en el aire las palabras que Alfredo pronunció aquella vez:
"La ausencia ha sido larga, el exilio es duro, mi canción tiene
una sola razón de ser que son ustedes. Muchas gracias. Ojalá, a
partir de esta noche, ustedes me autoricen a seguir cantando a nombre
de mi tierra". Ahora, como entonces, el público respondió con
un aplauso cerrado.
Estamos
todos
Lo que siguió fue un concierto muy sobrio -al
mejor estilo Zitarrosa-, sin presentador ni mayor parafernalia que
unas pantallas donde se leía el título de las canciones y sus
intérpretes y se proyectaban algunas imágenes. Fue, sin más, una
seguidilla de canciones para traer al presente al gran creador de
canciones que partió de este mundo a los 52 años, en el verano de
1989.
¿Cómo dimensionar la figura de Zitarrosa en
nuestros días y qué influencia tiene en las nuevas generaciones?
Tal vez alcance una definición de Jorge Drexler en la previa al
concierto: "Si hoy pasa algo acá, Uruguay se queda sin toda su
generación de músicos, porque estamos todos". Salvo las
ausencias notorias de Hugo Fattoruso (a causa de la reprogramación),
Jaime Roos y Rubén Rada, en el escenario confluyeron destacados
representantes de distintas vertientes y épocas de la música local:
desde los contemporáneos al "Flaco", como Daniel Viglietti
y los olimareños "Pepe" Guerra y Braulio López, hasta la
nueva camada de rockeros encarnada en Sebastián "Enano"
Teysera (La Vela Puerca) y Emiliano Brancciari (No Te Va Gustar),
pero también Drexler y Martín Buscaglia y "Pitufo"
Lombardo. Un detalle interesante fueron las presencias artísticas
que remitían a los sucesivos exilios de Alfredo: Liliana Herrero y
Lisandro Aristimuño (Argentina), Joan Manuel Serrat (España) y
Tania Libertad (México), muy aclamados también.
Con una búsqueda musical aggiornada y estilos
interpretativos variados, a lo largo de dos horas y media se sucedió
una buena parte del repertorio más característico de Zitarrosa. La
primera ovación llegó con los versos de "Adagio en mi país"
(En mi país, qué tristeza,/ la pobreza y el rencor./ Dice mi
padre que ya llegará/ desde el fondo del tiempo otro tiempo/ y me
dice que el sol brillará/ sobre un pueblo que él sueña/ labrando su
verde solar.) y otro tanto
sucedió con "Milonga cañera" en la voz de Viglietti (A
mí me llaman peludo y he nacido en Bella Unión./ Soy uno de los que
pudo meterle miedo al patrón.),
y más tarde con "Guitarra negra" (Hago falta.../
yo siento que la vida se agita nerviosa si no comparezco,/ si no
estoy.../ Siento que hay un sitio para mí en la fila,/ que se ve ese
vacío,/ que hay una respiración que falta,/ que defraudo una
espera...) y con varias otras
canciones que dan cuenta de un compromiso ético y estético con el
arte como herramienta transformadora.
El
cantor que renace del olvido
Alfredo -que fue carpintero, vendedor ambulante,
locutor de radio y periodista antes de saltar al universo artístico-
llegó a la música casi por casualidad en un momento de la historia
latinoamericana en que las utopías sociales y políticas crecían al
calor de las gestas revolucionarias del continente y el horizonte del
socialismo parecía demasiado próximo. "No quiero morirme sin
antes ver una América latina socialista", dijo alguna vez
durante su residencia en México.
En la coyuntura actual de utopías postergadas y
realidades agridulces de esta parte del mundo, la canción de
Zitarrosa, con su verso profundo y su melodía compañera, recupera
vigencia para despertar emociones en aquellos que sufrieron la
prohibición de escucharlo en los tiempos más oscuros y también
para iluminar a las nuevas generaciones, que conectan con el cantor
-antes que con el mito- a través de las jóvenes figuras que
revisitan su cancionero, como quedó demostrado en el Centenario.
Hay
algo muy cierto: los tiempos cambiaron. El Café Montevideo que
reunía a los intelectuales de los años 60 y 70, sobre la avenida 18
de Julio, se ha convertido en una sucursal bancaria; frente a la
vieja pensión de la calle Yaguarón, a metros del Cementerio Central
donde descansa Mario Benedetti, la plaza Alfredo Zitarrosa convive
con el progreso vertical de los desarrollos inmobiliarios; y los
discos censurados en dictadura dieron paso a homenajes editoriales en
forma de biografía o de historieta.
Así
y todo, unas 35 mil personas en las tribunas y 54 artistas en escena
(incluidos algunos de sus guitarristas de antaño) se reunieron para
rescatarlo del olvido, como dice el candombe que cerró el festival,
con todas las figuras cantando juntas.
En
uno de sus textos de prosa breve y contundente, Eduardo Galeano
cuenta que cuando Zitarrosa llegó al cielo y se puso a cantar a viva
voz, hasta Dios dudó de su propia divinidad. ¿Será que Dios
también estuvo en la celebración del 80° aniversario de Alfredo?
Algo de los silencios entre canciones, de las estrofas filosas
retumbando en los rincones del estadio y de la comunión de uruguayos
y uruguayas de distintas generaciones una noche fresca de verano,
hace pensar que el homenaje a un artista del pueblo es también un
ritual esperanzador en estos tiempos en que América latina necesita
encontrar nuevos faros e iluminar nuevas utopías.
Mariano E. Pagnucco
(@ezepagnucco)