lunes, 3 de septiembre de 2018

Preguntas desde esta vereda

Cómo no va a ahorcarnos la corbata del mundo
si nuestra alma aventurera
se ha vuelto metódicamente oficinista.

Cómo no va a envenenarnos la rabia del mundo
si nuestras luchas de largo aliento
han sucumbido ante la fugacidad electrónica.

Cómo no va a someternos la violencia del mundo
si nuestras tribus más luminosas
se han extraviado en los laberintos enemigos.

Cómo no va a ganarnos el tiempo del mundo
si nuestros saberes ancestrales
han quedado sepultados bajo los relojes y los calendarios.

Cómo no va a desorientarnos la tormenta del mundo
si nuestros refugios verdaderos
se han llenado de palabras que nada saben del silencio.

Cómo no va a azotarnos el odio del mundo
si nuestros corazones
han quedado enredados entre el plástico y el oro.

Cómo no va a matarnos la indiferencia del mundo
si nuestra vecindad
se ha poblado de extraños conocidos.

Cómo no va a humillarnos la soberbia del mundo
si nuestros altares sagrados
han sido desplazados por montañas de chatarra.

Cómo no va a enceguecernos la oscuridad del mundo
si los estantes de nuestra memoria
se han cubierto de retratos de puro presente.

Cómo no va a callarnos el ruido del mundo
si nuestra melodía interior
ha perdido sus intérpretes.

Cómo no vamos a desaparecer ante el mundo
si nuestras preguntas esenciales
ya no necesitan respuestas.

Mariano E. Pagnucco
(@ezepagnucco)

domingo, 24 de junio de 2018

La derrota invisible de Argentina

(Ilustración de Dolores Mendieta)


La tierra nos pide silencio y nosotros la sembramos con cadáveres de palabras. Ahí está la verdadera derrota argentina.

La llegada del solsticio de invierno es un tiempo muy especial para las comunidades ancestrales del Hemisferio Sur. La tradición andina celebra el Inti Raymi (fiesta del sol), mientras que para la nación mapuche el Wiñoy Xipantu representa el comienzo de un nuevo ciclo, un nuevo año.

Durante este tiempo, el sol alcanza su punto más alto con relación a la superficie terrestre. Como antesala del invierno austral, los habitantes de esta parte del planeta asistimos a "la noche más larga" del año: una muestra de los días por venir, de frío y oscuridad.

Contrariamente a la opinión de los meteorólogos de televisión, los días por venir hay que recibirlos reunidos en ceremonia, porque a la noche más larga le sucederán días cada vez más largos y luminosos. Después de un descanso necesario, la tierra volverá a entregarnos sus dones para la continuidad del ciclo de la vida.

La oscuridad del invierno nos ofrece la posibilidad de mirar hacia adentro para buscar la luz interior, la llama que nos ilumina de sabiduría. En este tiempo, además, corresponde templar la palabra junto al fuego, por eso es indispensable el silencio. Tenemos que cuidar las palabras tanto como las llamas.

El ágora ciudadana del siglo XXI ha sepultado los saberes heredados de quienes habitaron esta geografía antes de que existiera la cartografía oficial, las insignias patrias y mucho menos un país, una Argentina.

Hoy lo que convoca a reunión son los colores celeste y blanco estampados en remeras y banderas; hoy lo que congrega es una pantalla que brilla titilante como el fuego pero aviva las pasiones más que los silencios; hoy lo que nos da sentido de pertenencia es la celebración de la sabiduría que todos y todas creemos tener sobre ese asunto que nos une y nos hermana; hoy el mundo es más redondo que nunca y cabe en una pelota de fútbol.

En este solsticio de invierno del Hemisferio Sur, el ser argentino ha quedado a la intemperie de su peor derrota: la derrota cultural, una goleada que el proceso de colonización viene engrosando desde hace varios siglos en la conciencia de los hijos y las hijas de esta tierra que no se reconocen como tal.

No hay Inti Raymi ni Wiñoy Xipantu porque el cambio de estación ha quedado reducido a las liquidaciones de temporada de las tiendas de ropa.

No hay recogimiento interior porque toda vez que nos guardamos es para escapar de los peligros externos que nuestra propia comunidad ha construido para domesticarnos.

No hay conciencia de los ciclos naturales porque hemos transmutado de la peor manera nuestro vínculo sagrado con los elementos: la tierra es cemento o plástico, el agua viene envasada en botellas no retornables, el fuego nace en los encendedores y el aire se mide en frigorías.

El territorio virtual donde brotan descontroladas las palabras se expande cada día, como la distancia entre el ser argentino y su origen ancestral: medios de comunicación amplificados en redes sociales amplificadas en conversaciones callejeras amplificadas en medios de comunicación. Un ágora de ideas y pensamientos volátiles que se fagocita a sí misma en una retroalimentación sin lugar ni tiempo.

Entonces, cuando llega el solsticio de invierno y la tierra nos pide silencio, nosotros la sembramos con cadáveres de palabras.

Incapaces de conectarnos con nuestra espiritualidad profunda, celebramos los milagros terrestres de los pequeños dioses de nombre Messi o Mascherano.

Incapaces de construir comunidad para transformaciones duraderas en los modos de ser y estar con otros y otras, depositamos nuestras esperanzas en los once elegidos para mostrarle al mundo nuestros colores.

Incapaces de entender nuestros silencios, hablamos, gritamos, insultamos y llenamos el aire de palabras como un rezo desaforado hecho de angustia existencial.

Incapaces de mirarnos hacia adentro, quemamos nuestros ojos contra las pantallas para hallar en el ritual electrónico una chispa del fuego ancestral que nos congregue y nos hermane.

Y así con todo, hasta que pase la fiebre futbolera y el solsticio de invierno, y abracemos estados de ánimo según el destino de los pequeños dioses que llevan nuestros colores.

Sin poder abrir los ojos todavía a los motivos de nuestra verdadera derrota.

Mariano E. Pagnucco
(@ezepagnucco)



miércoles, 1 de noviembre de 2017

El país de los de abajo

En el país de los de abajo, donde nadie dice ‘hello’ ni ‘goodbye’ pero todavía persiste el chamuyo de barrio, compartir el pan es el ritual más parecido a la amistad. En el país de los de abajo, donde la tarjeta SUBE es la llave de acceso al laberinto de la Capital Federal, se improvisan siestas en los vagones de tren o junto a la ventanilla del colectivo para que el cansancio sea menos cruel con los viajeros. En el país de los de abajo, donde las tortillas al paso se desayunan sin queso light ni mermelada de frutos rojos, el prócer del billete gastado se transforma en salvador cuando la suerte acompaña en la quiniela. En el país de los de abajo, que no precisa trending topic para descifrar la mueca que acompaña los rostros cada amanecer, los diálogos en los andenes y las pintadas en las esquinas dicen las cosas que los periodistas trajeados desconocen. En el país de los de abajo, donde la ronda de mate le gana por goleada al caramel macchiato del coffee break, el humor se cocina con gastadas futboleras y alguna dosis de picardía guaranga. En el país de los de abajo, donde la peluquería tiene tanta vida social como un local partidario, el Chaqueño Palavecino y Damas Gratis brillan en los parlantes que jamás ocuparán los líderes del marketing discográfico. En el país de los de abajo, donde se comparte con los vecinos el kiosco, la panadería y el locutorio, los tatuajes hablan más de las personas que los modelos de auto. En el país de los de abajo, donde el Gauchito Gil custodia la salud y los dolores de niños y adultos, las estampitas de San Cayetano tienen mayor circulación que los curriculum vitae. En el país de los de abajo, donde el televisor recién llegado es un compromiso asumido en sacrificadas cuotas, las zapatillas de los pibes están forradas con tierra como las patentes de los bondis que surcan calles ignoradas por el GPS. En el país de los de abajo, que limita con otros países contemporáneos bajo el mismo cielo y detrás de la frontera que marca el ferrocarril o el asfalto, hay una respiración constante que se agita o se calma según el devenir de la historia y que cada vez lo vuelve más real, más humano, más argentino.

Mariano E. Pagnucco
(@ezepagnucco)


jueves, 7 de septiembre de 2017

Apuntes sobre "Caravana", de Amparo González Sola y Juan Onofri Barbato



1
A quienes no tenemos el ojo entrenado en las vertientes de la danza contemporánea, seguirle el ritmo a esta caravana nos cuesta, sobre todo al principio. La sala donde transcurre todo ofrece un ambiente oscuro. Claroscuro. Todo comienza con un cuadrado de luces en el piso. Él baila una melodía constante, frenética. Una posible discoteca o incluso un no-lugar con la lógica del cross-fit: el hombre máquina, la maquinaria humana. Punchi punchi. No hay freno.

2
Entra Ella al cuadrado/cuadrilátero/ring/pista de baile. Interviene los movimientos maquinales de Él. Al principio hay fricción, interrupción. Después se acoplan y moldean figuras juntos, unidos. Dos piezas encastradas. El ritmo sigue intenso pero de a poco baja. Los cuerpos se ablandan, se elastizan, se desmaquinizan, se humanizan. Hay un despliegue bello, estético, estático y líquido. Cuerpos vestidos que se contornean suaves en el corral de luz.

3
Hay sensualidad y sexualidad. Contrastes: sexo como goce y como dolor, pecado y disfrute, la Santa Iglesia y el sadomasoquismo. Las luces marcan un borde, un límite, como la violencia contenida que asoma. Emergen rasgos de sometimiento en el juego elástico de los cuerpos-máquinas encastrados. La música sube, la música baja. Por momentos es abrumadora (como la violencia contenida que no termina de estallar).

4
Se va rompiendo la geometría de la luz y de los cuerpos (las extremidades y el torso dibujan figuras a veces suspendidas, sostenidas entre sí). Se desarma el cuadrado hecho de tubos de luz blanca. ¿Y esa luz? Tan blanca que ilumina, tan intensa que lastima cuando hay exceso. Doble filo: el Bien contra el Mal. La iluminación -guía del camino- también puede hacer daño, estropear la vista: el sentido más desarrollado en nuestra era de pantallas y luminarias incandescentes. El ser humano se vuelve primitivo, animal. La luz tortura y penetra. Es fálica, todopoderosa, ultrajante. El cuerpo humano se reduce a músculos y huesos, su esencia primaria: la animalidad. El cuerpo con su propia música. Sin palabras, gemidos a lo sumo, respiración agitada. A Él le caen gotas de sudor que brillan con el filo de la luz.

5
Hay un despojo progresivo: de ropas, de tapujos; la esencia primitiva le gana a la civilización. La barbarie de un ser que perdió el raciocinio, enceguecido, sordo por los sonidos del mundo exterior. No hay vista, no hay habla, no hay oído. Todo es corporalidad expresiva.

6
La hipótesis "Black Mirror": la tecnología es el barco y la posibilidad del naufragio. Desborda los sentidos humanos hasta el colapso. Una regresión a los antiguos mitos, a las creencias del ser despojado y desnudo. Cuanto más avanzamos sin brújula, más retrocedemos a las fuentes. El nuevo comienzo es de carne y hueso. Adán & Eva. La caravana como un viaje intenso hacia lo más profundo del alma humana. Un mensaje posible: tenemos todo lo necesario para salvarnos.


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Caravana

Autoría y dirección: Amparo González Sola y Juan Onofri Barbato
Elenco: Amparo González Sola, Juan Onofri Barbato / Rakhal Herrer

Sala a del Centro Cultural San Martín (Sarmiento 1551)
Jueves y viernes, 21 hs
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Mariano E. Pagnucco
(@ezepagnucco)


lunes, 16 de enero de 2017

Presente continuo

Hay que tenerle cuidado
al puro presente
que sacude el calendario de las urgencias
muerde la memoria hasta desmayarla
corroe el alma de las estatuas
sólo deja bronces sin próceres
sin gestas
sin proyectos
sin luchas.

Hay que tenerle cuidado
al puro presente
tan efímero que no cabe en los libros
que todo lo atesoran
que construyen futuro con palabras
con gestas
con proyectos
con luchas.

Hay que tenerle cuidado
al puro presente
que se ofrece descartable
y con fecha de vencimiento
para que nadie ose fijarlo a la Historia
en diálogo con el pasado
con las gestas
con los proyectos
con las luchas.

Hay que tenerle cuidado
al puro presente
con su estrategia venenosa
de besos en la frente
de abrazos sin compromiso
sin gestas
sin proyectos
sin luchas.

Hay que tenerle cuidado
al puro presente
que se viste con traje luminoso
para ocultar su anemia de pueblo
de gestas
de proyectos
de luchas.

Hay que tenerle cuidado
al puro presente
con su voracidad enraizada
en el fondo de los tiempos
sus dientes afilados
dispuestos a tragarse los nombres
las gestas
los proyectos
las luchas.

Hay que tenerle cuidado
al puro presente
porque una vez que se oxide
no quedarán rastros
de las gestas
los proyectos
las luchas
ni de nosotros.
 

Mariano E. Pagnucco
(@ezepagnucco)


domingo, 31 de julio de 2016

Memoria de la tierra



Antes de que las oenegés nacidas en el Norte del mundo
nos enseñaran a cuidarla,
antes de que la envenenáramos
en nombre de nuestro progreso,
antes de que le inyectáramos
químicos en las venas,
antes de que le vaciáramos las entrañas
para decorar con sus brillos nuestra piel,
antes de que le robáramos las semillas
para sembrarle destrucción,
antes de que le cambiáramos sus frutos
por clones de laboratorio,
antes de que contamináramos las aguas suyas
de las que bebemos,
antes incluso de que aprendiéramos a subsistir
gracias a su sabiduría
y de que cometiéramos la estúpida osadía
de someterla en nuestro afán de imitarla,
antes, mucho antes de que existiéramos los hombres
en su seno,
Ella era fuente infinita de vida.
Y todavía resiste, la Pachamama.


Mariano E. Pagnucco
(@ezepagnucco)

domingo, 3 de abril de 2016

La era del vacío


(Foto: web de Sudestada. Lo que sigue son fragmentos del texto titulado "Son horribles", publicado en la edición #141 de la revista Sudestada. Su autor es el filósofo, ensayista y docente Gustavo Varela.)

Son otra cosa. No son la rancia aristocracia del siglo XIX; no son las fieras fascistas del treinta. Se parecen a los de la Revolución Libertadora (los antiperonistas se parecen, cualquiera sea la filiación política o ideológica). Pero estos de ahora son definitivamente otra cosa. Varias, no una, pero lo que más son es efectivos (por eso mismo son patoteros).

En la política son de genealogía reciente, de fines de los setenta y comienzos de los ochenta: finanzas y era digital. O sea, máquinas de produccion y resultado. Ni Roca, ni Agustín P. Justo, ni Frondizi. Ni Onganía, ni De la Sota, ni Cobos. Eso es carne vieja. Los de ahora son buitres de carroña actual. No son de derecha: no es ese el rango que los mide. Son otra cosa; neo-empresarios, de bicicleta, aire libre y viernes casual. No tienen país de origen, no les importa la Argentina. Pueden vivir aquí o en cualquier lado.

No son conservadores ni ilustrados. Son gente a pura eficiencia y con muchos recursos técnicos. No tienen cultura, apenas aquella necesaria para el desplazamiento. En general son iletrados, de bostezo fácil frente a un libro.

Tienen preocupación por las formas, porque es parte del mismo asunto. Formas superficiales, de packaging de felicidad y armonía, de cartel en el subte que dice: "Si alguien se siente mal, ayudémoslo". Lo obvio se convierte en slogan. Este marketing de vida sana y comprensión es la exudación de la economía política que sostienen.

Son corporaciones que negocian. Ni fábricas fordistas ni empresa familiar. Estas corporaciones no tienen dueño, los excede. Son más grandes las acciones que la voluntad individual de un dueño. Por eso no importa si es Mauricio Macri o quién sea. Macri es un muy buen exponente, sí, pero el asunto es más amplio, de inscripción internacional, de lazos más complicados, de intereses cruzados. 
(...)

La política como aplicación
La administración del gobierno actual tiene una forma específica de ejercer poder: es la política vaciada como aplicación (app). No hay votantes, hay usuarios. Eso ofrecieron en las elecciones: aplicaciones para usuarios. Es decir, herramientas de uso y habilitación personal: ser felices, estar todos juntos, la alegría es poder colaborar, en todo estás vos, mirar al futuro. La aplicación más elocuente: cambiemos. Ante cualquiera de estas aplicaciones, la fuerza argumental en contra es vista como violencia. Y en el colmo de la aplicación, como soberbia.

La política como aplicación es el desplazamiento del elector al usuario móvil. La eficacia y la extensión de los íconos salen de las pantallas y se instalan y actualizan en la vida cotidiana.

(...)
La aplicación es eficiencia sin ética ni compromiso. Por eso se puede ser una y lo contrario. Carlos Melconián: "Vamos a devaluar"; Macri, un día después: "No devaluamos". La aplicación se actualiza. Todo es posible.

Cedamos siempre el asiento. Dejemos bajar antes de subir. Tiremos la basura en los cestos: aplicaciones para la vida Pro. La más clara, la que indica el gesto de un solapado disciplinamiento social: Esperemos siempre detrás de la línea amarilla.

No todo es aplicación. El poder judicial, el poder mediático y las fuerzas de seguridad no son aplicaciones, son la garantía de funcionamiento de las aplicaciones. ¿Para qué? Para la marcha precisa de la economía financiera y del vaciado político.

(El texto completo se puede encontrar en la edición en papel de la revista Sudestada.)