En el país de los
de abajo, donde nadie dice
‘hello’ ni
‘goodbye’ pero todavía persiste el
chamuyo de barrio, compartir el pan es el ritual más parecido a la amistad. En
el país de los de abajo, donde la tarjeta SUBE es la llave de acceso al
laberinto de la Capital Federal, se improvisan siestas en los vagones de tren o
junto a la ventanilla del colectivo para que el cansancio sea menos cruel con
los viajeros. En el país de los de abajo, donde las tortillas al paso se desayunan
sin queso
light ni mermelada de
frutos rojos, el prócer del billete gastado se transforma en salvador cuando la
suerte acompaña en la quiniela. En el país de los de abajo, que no precisa
trending topic para descifrar la mueca
que acompaña los rostros cada amanecer, los diálogos en los andenes y las pintadas
en las esquinas dicen las cosas que los periodistas trajeados desconocen. En el
país de los de abajo, donde la ronda de mate le gana por goleada al
caramel macchiato del
coffee break, el humor se cocina con
gastadas futboleras y alguna dosis de picardía guaranga. En el país de los de
abajo, donde la peluquería tiene tanta vida social como un local partidario, el
Chaqueño Palavecino y Damas Gratis brillan en los parlantes que jamás ocuparán
los líderes del
marketing
discográfico. En el país de los de abajo, donde se comparte con los vecinos el
kiosco, la panadería y el locutorio, los tatuajes hablan más de las personas
que los modelos de auto. En el país de los de abajo, donde el Gauchito Gil
custodia la salud y los dolores de niños y adultos, las estampitas de San Cayetano
tienen mayor circulación que los
curriculum
vitae. En el país de los de abajo, donde el televisor recién llegado es un
compromiso asumido en sacrificadas cuotas, las zapatillas de los pibes están
forradas con tierra como las patentes de los bondis que surcan calles ignoradas
por el GPS. En el país de los de abajo, que limita con otros países
contemporáneos bajo el mismo cielo y detrás de la frontera que marca el
ferrocarril o el asfalto, hay una respiración constante que se agita o se calma
según el devenir de la historia y que cada vez lo vuelve más real, más humano,
más argentino.
Mariano E. Pagnucco
(@ezepagnucco)
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